Las casas solariegas y la calle Mayor

De origen burgués, la villa de Ruesta debió contar hasta finales de la Edad Media con una edificación modesta y homogénea, entre la que sólo el castillo y la iglesia destacaban como construcciones privilegiadas, representantes del poder del rey y del poder de la Iglesia. Los edificios de vivienda se agrupaban en manzanas más o menos regulares según los criterios igualitaristas contenidos en el fuero de Jaca que estuvo en el origen de la población, de los que esperaba obtenerse un espacio urbano indiferenciado e isótropo.

A lo largo de los siglos XIII y XIV, la villa pasó de burguesa a agraria y guerrera, la condición de sus habitantes comenzó a ser cada vez más heterogénea, la foralidad burguesa perdió fuerza en el conjunto del Reino al tiempo que la ganaba la nobiliario-militar, y en las ciudades – Ruesta entre ellas – comenzaba un proceso de discriminación que acabaría por permitir que los habitantes con mayor riqueza fue tan llevando el plano hacia una progresiva jerarquización. Los más poderosos – a los que ahora la Corona quiere captar en lugar de rechazar – levantan sus casonas solariegas en lugares que se privilegian y dan fin a la homogeneidad inicial; estos lugares son los más adecuados desde los puntos de vista representativo y defensivo junto a la muralla, en la plaza, al lado de los accesos al casco urbano.

Los antiguos polos representativos – la iglesia y el castillo – se ven complementados por las nuevas casas de los habitantes más poderosos; en un primer momento, en Ruesta se ubican estas casas en el espacio urbano que ya era más prestigioso desde el nacimiento de la villa: la plaza de la Iglesia, a cuyo alrededor se ubican las dos casas solariegas tardomedievales de su frente oeste – las que luego se conocerían como Pascual y Sánchez, hoy perdidas y que Abbad Ríos dató entre los siglos XIV y XV -, y el palacio de los marqueses de Lacadena, conocido por los habitantes de Ruesta en el momento del abandono como casa El Chocolatero.

La más importante era sin duda la casa de los marqueses de Lacadena. Ubicada frente a la iglesia y en situación aislada a la entrada oriental de la villa, ocupa un lugar urbano privilegiado. Esta edificación se define por su autosuficiencia urbana y constructiva: no se observan en su conformación restos de edificios anteriores, ni su trazado parece responder a más condicionantes que sus exigencias propias.
Su planta procede de una evolución en el tiempo que se tradujo en tres fases, al menos, de crecimiento. Es fácil distinguir un primer núcleo en su cuadrante nordeste, datable en los siglos XV o XVI, con unas dimensiones en planta que hacen de ella un cuadrado prácticamente perfecto, de unos 11,50 metros de lado; este cuadrado se encuentra limitado por cuatro muros de piedra de unos 70 cm. de espesor medio, y subdividido por un quinto muro de carga de dirección este-oeste, que parte su planta de modo exacto en dos rectángulos iguales, cada uno de proporción 1:2; la desviación del perímetro exterior con respecto al cuadrado no es sino la que provoca la presencia de los muros de carga, ya que el criterio que ordena el trazado es el de esta proporción 1:2 de los semiespacios; así, la diferencia de longitud entre los muros este y oeste, mayores, y norte y sur, algo menores, es el espesor del muro de carga central. El doble cuadrado en planta que constituye la primera crujía, inmediata al acceso – por la fachada norte – se encuentra, a su vez, partido en dos mitades idénticas, próximas al cuadrado (unos 4,30 por 4,80 metros) por la escalera, de directriz norte-sur.

Nos encontramos, pues, ante una construcción dominada por una voluntad de orden proporcionado, donde el criterio geométrico aparece como determinante de un trazado que no se entrega a lo simplemente funcional. Los requisitos de este tipo, ajenos a lo que entendemos por un palacio bajomedieval o renacentista, aparecen en toda su crudeza en las fachadas de la construcción: escasas en número y dimensión, presentes sólo donde son estrictamente necesarias, denotan una inequívoca exigencia defensiva de la casa solariega que es, así, casa fuerte. De hecho, este bloque macizo, cúbico y cerrado conformó, tras su construcción, un cubo de esquina de una de las puertas de la muralla de Ruesta, abriéndose ya al exterior su fachada este.

Al núcleo primitivo de la casa se añadió, más adelante, un segundo cuerpo de menor calidad constructiva, que convirtió su planta en un rectángulo paralelepípedo manteniendo un volumen unitario y una altura de cornisa constante. Se trata de un rectángulo (de unos 4,30 por 10,40 metros interiores) que constituye una crujía añadida ante su fachada occidental, dibujando ésta, abierta a la plaza de la Iglesia, como un paño de proporciones cercanas al cuadrado, perforado por ocho ventanas rectangulares – dos por planta – dispuestas regularmente.

Por último, se añadió una serie más anárquica de dependencias al sur de la casa, colmatando el espacio que la separaba de otros edificios vecinos, o bien anexionando construcciones anteriores; estas nuevas partes de la casa, no obstante, se trataron de modo que el aspecto exterior del conjunto siguiera siendo uniforme, conformando un frente unitario y con cornisa continua a la plaza de la Iglesia.

Al lado de la plaza, junto al arranque de la calle Mayor, estaba casa Pascual, también propiedad de los marqueses de Lacadena en 1960. De los escasos restos de esta casa cabe resaltar una torre desmochada en su ángulo suroriental que, con su planta cuadrada y sus gruesos muros, presenta la apariencia de una construcción defensiva, vinculada a la fortificación del Barrio Bajo a partir de los últimos años del siglo XIII, que debió proteger su acceso occidental, por la actual calle Alegre. Este cuerpo, que tiene hoy dos plantas, parece haber sido usado como gallinero y está rematado por una terraza accesible rodeada por una balaustrada de piedra realizada ya en los siglos XIX o XX; la última planta está cubierta por una bóveda de cañón rebajado de piedra. Sus lados este y sur aparecen exentos, siéndolo también el oeste gracias a un estrechísimo paso que lo separa de la construcción vecina. En este muro oeste se observan huellas de vanos en aspillera hoy cerrados por el lado exterior. Presenta accesos por su frente sur, en planta baja y hacia la calle Alegre, y por el este, a la altura de su segunda planta y abierto al interior del pueblo; mientras que el primer vano – con dintel de madera – parece abierto en fecha reciente, para acondicionar la construcción como gallinero, el segundo parece el original de la torre; una pequeña puerta, estrecha y baja, cubierta por una corta bóveda de cañón que intersecta a la de la segunda planta, formando un luneto.

Ya a partir del siglo XVI, se irá formando la calle Mayor como nuevo espacio representativo de lo más granado de la sociedad civil ruestana, sobre el antiguo camino que unía la plaza de la Iglesia y el caserío con el castillo. Se trata de un tipo de calle Mayor que nace como eje de un ensanche lineal, noble, de la población, y que es frecuente en los crecimientos urbanos, no del Medievo, sino del Renacimiento. Es la de Ruesta una calle Mayor que no obedece a una planificación, sino que deriva, directamente de un camino que había ido buscando las líneas de mínima pendiente del terreno y que se fue consolidando por edificaciones en sus márgenes a lo largo de distintas etapas y según distintos intereses.

Así, podemos distinguir dos tramos perfectamente definidos y con distintas características morfológicas; edificatorias, sociales y geométricas: uno que ocupa desde la plaza de la Iglesia hasta el primer cambio de dirección – prácticamente de 90º – y otro que, desde aquí se va adaptando al relieve del terreno, rodeando el mogote en el que, en el punto más alto, se emplaza el castillo. Finalmente, podemos considerar también toda la trama de calles menores que, a la sombra del castillo, reciben igualmente la denominación de calle Mayor.

El primer tramo, el más próximo a la plaza de la Iglesia, constituye una calle noble, de edificación palaciega. Hay aquí un par de casas solariegas de los siglos XVI o XVII (la Capellanía y su contigua, entre el lado norte de la calle y el barranco ó Fondón) y dos palacios del XVIII (casa Primo – la mayor del pueblo – y casa Madé), además de la Casa Consistoral y la abadía, junto a la iglesia. Claramente, el primer sector de la calle Mayor funciona dentro de la jerarquía del espacio urbano de Ruesta como una prolongación de la plaza de la Iglesia y de sus casas solariegas, ampliando el recinto representativo de la villa. Este tramo se cierra finalmente en sí mismo en la confluencia con el segundo sector de la calle, actuando como final de perspectiva la casa Madé, con su bien dispuesta fachada, de vanos amplios y enmarcados en una composición simétrica y plana, apta para el lugar en qué se encuentra. En esta zona, como característica más importante, no sólo no encontramos una parcelación que pueda tener un origen medieval, sino que una observación detallada de la trama de muros existentes en el interior de las parcelas tampoco da la impresión de haber tenido precedentes en dicha época.

La edificación que bordea el resto de la calle Mayor es muy distinta. En el segundo tramo, coincidente con la curva que describe la calle, encontramos parcelas pequeñas y construcciones modestas, en un aglomerado a veces desordenado y caracterizado por una cierta precariedad estructural, definida por superposiciones de espacios y muros que, en una amalgama fragmentariamente desarrollada, van yuxtaponiéndose hasta llenar todo el suelo no necesario para la circulación pública. Está falta de claridad en la construcción y delimitación de las construcciones, ha hecho de esta zona de Ruesta una de las más afectadas por la ruina desde su abandono, al haber arrastrado unas casas a otras como en un castillo de naipes. También ha contribuido a esta ruina la peor calidad de los materiales los procedimientos constructivos empleados en esta área.

Pasada la curva de la calle – aproximadamente un cuarto de círculo, cuyo trazado busca bordear la elevación del terreno donde se asienta el Barrio Alto -, se llega a un nuevo tramo recto definido por una edificación modesta pero clara y correcta en ambos lados, que llega hasta la plaza rectangular desde donde se accede al castillo.